Llenaba los huecos con saliva, los gritos salpicaban penuria aunque también vacilaba cantando paseándose en humo de cigarros, sus pechos eran nubes la entrada al cielo, pero cuando desgarraban su alianza podían llegar a salir llamas y fuego. los salvajes caníbales huirían si fuese ella la madre tierra. Los edificios de esta ciudad se derrumban cuando su alma sangra. Pero su sombra iluminaba las oscuras paredes de mi cabeza. La pirámide de sus palabras hirientes clavaban mi fe al suelo pero tan suave era el atardecer en su espalda que el discurso colosal y fatalista que dictaba cuando su cólera era mayor que el amor se deslizaba a donde las cosas en la mente son borradas en automático.
Veía como se acercaba la muerte tan imprudente para que después de sollozos recuperara la conciencia de verter sus alegrías en mis manos.
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