La música que desprendían sus caderas no las conocí, ni la escuche cuando llego a mi encuentro. Yo tan engreída y ciega esperando lo de siempre esa adoración, tan falsa que me saciaba a medias. Ella tan real que no me conviene contarlo ahora.
El universo estaba en sus ojos, pero no se lo dije, por mi arrogancia por la cerveza, tan idiota.
El océano eran sus pasos, azules tan firmes y recios, dirigiéndose al accidente que era enamorarse de mi ficticia personalidad.
Y sus manos eran fuego, intocables.
Pero porque se aparece con ese infierno tan intenso y viene a contagiarme...
Porque deseo involucrarse tan en mi piel, que yo tan cobarde y fiel como hombre con hambre guiado por su sabor a ese laberinto que era compartirle mis días.
Su silueta me dejo encendida como el vino en la quinta copa y me descarto de fuerte cuando llore mis verdades, pintadas, encharcadas de miedo.
Pero ella nunca se quedaba quieta era una explosión de juventud con sed de reír, llorar, gritar y no lo podía soportar, era como guerra furiosa que mi salida era su boca para calmar la masacre.
Los encuentros excesivos de nuestros cuerpos, pedían auxilio, como los náufragos del espacio.
El día que le conocí fue el día de mi final, con quien mas sino con ella para escapar del mundo decadente, con solo ella para beber las penas de mis tristezas.
El punto negro de sus pasos son la puerta que se toca, Y si la soledad me secuestra que me de ella.
Porque si con ella en mi vivir, por ella que este muerta.
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